La muchacha a la que escribe y describe Francisco Umbral no es la romántica y blanquecina virgen de camelia en el pecho, sino la real hembra –hay reales hembras de quince años- que tiene la regla, senos conscientes de su poder y un piercing en el ombligo; la chica progre de Madrid, de Barcelona, de Sevilla, de Valencia, y también la recién llegada de la provincia de tedio y plateresco, la muchacha que huye del futuro espantoso...

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