Dos obras de teatro. ANGELA MARTIN DEL BURGO.

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El idiota
Ángela Martín del Burgo
En colaboración con Á. Álvaro Martín del Burgo
Basada en la novela de F. M. Dostoyevski

Colección Teatro, 87
ISBN: 978-84-17481-00-1 • 82 páginas 

El idiota de Dostoyevski es un tratado sobre el hombre y un catálogo de las fuerzas que lo entrelazan. Convertir una novela como un océano en una obra de teatro de cámara exige aventurarse hacia una captación poética de la esencia y los temas de la obra. Debe haber espacio para el gesto animado, la palabra de amor, el juego y el silencio, pero también para la desesperación, el grito, la mirada incierta, la culpa, la duda, el lamento y el perdón. Lev Nikoláyevich, el príncipe Myshkin, es muy humano, pero más que un personaje es un ideal entre lo bello y lo frágil, cuya pureza rompe contra la tormenta del mundo. Myshkin, figura del loco-cuerdo, es un símbolo de la calma, la ternura y la verdad: la verdad que se hace insoportable a los hombres, y que contornan para poder sobrevivir. La cruzada de Myshkin es una llamada del espíritu ante lo intolerable, ante aquello que nos hace violencia y vuelve impropia la existencia del hombre; es una búsqueda no tanto de la razón como de lo razonable, del Bien que es la justicia en común y la vida con autenticidad. La condición humana parece sin embargo oponerse a todo ello con las pasiones, el deseo que nos asalta, la impureza, el mal y el poder. Esta lucha de fuerzas es el drama de nuestros cinco personajes, cuya esperanza parece quedar en el perdón y la aceptación, y también en ese amor, más angelical que erótico, que es la compasión. No hay libertad en el mundo si, con devoción y ternura, no somos en el otro. (Á. Álvaro Martín del Burgo)

 

Embarcados
Finalista del XIII Premio El Espectáculo Teatral
Angela Martín del Burgo

Colección de Teatro, nº 104
ISBN: 978-84-17481-25-4 • 116 páginas

Cuatro personajes –dos hombres y dos mujeres– embarcan en un crucero de verano, sin saber que los asaltos del mar son las brazadas de la vida, que nos ofrenda con el amor y el desencuentro, y que los puertos del viaje, en los que, como pasajeros que somos, hacemos escala, son los pasados nuestros, que regresan trágicamente, y también los otros tiempos de nuestra vida anterior, que quedaron atracados y no nos abandonan. Helena y Paul, Sebastián e Irene, coincidirán por azar en los escenarios capciosos de lo real y lo deseado, del tiempo y lo irrecuperable, que convierten el viaje en un enigma de las distancias y que nos recuerdan todo aquello esencial cuanto amamos. Un crucero, como un cruce de pasiones y terrores –ventana incierta a las relaciones humanas, que se mecen entre la querencia del otro y el silencio–, y una ruta por el Mediterráneo quebrada entre la luz de las ciudades y la negrura de un mar que canta los naufragios del hombre, serán la esencia de esta obra feroz y simbólica, llena de poesía, en la que los juegos literarios y teatrales enmascarán, como en el antifaz de los propios personajes, las verdades del hombre, que tanto quiere los placeres como teme hundirse. Pero este alegre embarcarse, exótico como si nos hubieran llamado de Citera, estará más bien guiado por otro faro ineludible, cuya imagen podríamos tomar prestada de Paul Valéry: al final, los cementerios marinos encaminan a los barcos y a sus viajeros, como el verdadero destino último, término de viaje, lleno de sal y de belleza. (Á. Álvaro Martín del Burgo).

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