Sus personajes tienen algo de héroes, pero al mismo tiempo se sienten inseguros, desorientados, buscan un lugar en el mundo. Lourdes Ortiz considera que es oportuno volver a publicar esta novela y no sólo porque los textos no mueren, sino porque lo que nos cuenta es universal: "guerras o guerrillas que se suceden, jóvenes que luchan por causas diversas y en un momento dado se dan cuenta de que no saben ya por qué, ni qué sentido tiene seguir en algo que sólo provoca destrucción y muerte. A veces es sólo el cansancio, la nostalgia de lo perdido: la aldea abandonada, la vida en común, la calma. Y en otros casos una decepción o el cansancio y el miedo". Ortiz remarca las condiciones duras de la vida, un cierto pesimismo que flota en el ambiente, y la obsesión por la inadaptación, la frustración y la muerte. Esta novela es uno de los puntos más significativos de lo que fue la nueva ola de escritores de comienzos de los años ochenta, cuando aparecen las obras de Eduardo Mendoza, Álvaro Pombo, Julio Llamazares, Jesús Ferrero, Vázquez Montalbán o Juan Marsé. Es una época en la que se reivindica el placer de narrar. Han pasado tres décadas desde que se escribió En días como estos, y comprobamos que sigue vigente, que los odios nacionalistas se mantienen intactos y que cualquiera de nosotros podría ser el protagonista.