LA CIÉNAGA. ANTONIO MIGUEL MORALES

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Hurón, un feriante, y Migra, un policía de fronteras, se encuentran en La ciénaga, un charco inmenso repleto de funestos presagios. Hurón se ha acercado a rezar por un hermano que perdió en aquellos parajes. Migra ha acudido para controlar de cerca los vaivenes de los turbios asuntos que se trae entre manos y que tienen que ver con el tráfico de personas, con la explotación de los emigrantes y con el rechazo de los refugiados. Los acontecimientos nos hacen descubrir la relación entre la desaparición del hermano de Hurón y los negocios de Migra. Nadie se salva en la frontera.

Afirma en el prólogo Raúl Cortés: "Retrato de nuestro tiempo, La ciénaga es estupor y es lamento, dolor ante la incomprensible herida sangrante del otro, del desterrado, del extranjero. Es una incómoda y necesaria pregunta. Urge hoy un teatro valiente, como La ciénaga, y autores arrojados, como Antonio Miguel Morales, capaces de abismarse en los vacíos que han dejado la fi losofía, el propio arte e incluso, la religión -profundidades a las que rehúye gran parte del teatro actual- para atravesar las brumas y llegar allí donde la creación se hace zozobra." Junto a La ciénaga, en el interior de un cortijo, María Selva, embarazada, espera la llegada de El extranjero. Mientras tanto, en las proximidades, se celebra una verbena con charanga, noria, algodones de azúcar y buñuelos de chocolate.

 

ANTONIO MIGUEL MORALES

ANTONIO MIGUEL MORALES 

Licenciado en Filología Hispánica, actualmente cursa un Máster en Estudios Avanzados de Teatro. Se halla inmerso en un trabajo de investigación sobre la memoria histórica en el teatro español contemporáneo.

Es profesor de Lengua y Literatura españolas en Morón de la Frontera (Sevilla)

Ha publicado el poemario Olivarium, y la obra de teatro infantil Un mar de cuento, llevada a la escena en varias ocasiones. Su obra Sulpiciusquedó finalista del certamen andaluz de teatro Romero Esteo. El último tren de Carmen logró un accésit en el Certamen de Relatos para la Igualdad. Colabora como dramaturgo con Almazara y Trasto Teatro.

 

ENTREVISTA CON EL AUTOR

P.-¿Surge La ciénaga del horror cotidiano de la huida de millones de personas de sus países de origen?

R.- La respuesta no puede ser cien por cien afirmativa. Es cierto que mi obra La ciénaga parte del horror de la huida. Pero el drama más grande con el que se encuentran los personajes de La ciénaga es el de la imposibilidad de la llegada. La Comisión Europea, en mayo del pasado año, decidió reubicar a 160.000 migrantes. A día de hoy, solo 272 han sido acogidos. ¿Alguien lo entiende? En España se ha dado refugio a 18 personas. Sin duda alguna la magnitud del genocidio es inversamente proporcional a la respuesta ante las necesidades de acogida.

P.-¿Es tu obra un arma de denuncia o una creación artística con una buena dosis de poesía?

R.- Por supuesto que La ciénaga es una denuncia. Es más, la razón de existir de La ciénaga es denunciar que nos están engañando. Que no se puede llamar “refugiado” a nadie si no se le da refugio. Hay que poner nombre a lo que estamos permitiendo desde Europa, y se llama genocidio. La ley debe convertir a los seres humanos en ciudadanos para no ser una ley criminal. ¿En qué nos hemos convertido los humanos si el mero azar de nuestro lugar de  nacimiento determina nuestra legalidad o nuestra ilegalidad, nos hace soberanos o nos hacina en campos de exterminio?  La ciénaga es una metáfora del Mar Mediterráneo, donde la muerte, a fuerza de ser cotidiana, se ha convertido en invisible. En la era de la globalización, los cadáveres han perdido visibilidad. La globalización era una trampa para universalizar las fronteras, para estigmatizar a los que logran cruzarlas, negándoles la ciudadanía. Al mismo tiempo, queremos denunciar la invisibilidad de la tortura, la explotación y la muerte en todos los terrenos fronterizos. Porque, como dice uno de nuestros personajes, “en la frontera lo que existe no se ve, y lo que se ve no existe”. Para contar todo esto hemos intentado no olvidarnos nunca de que estamos escribiendo una obra de teatro. Y la poesía, como tú bien dices, nos ha ayudado mucho a posicionarnos desde la estética del drama. El verso, en la dramaturgia contemporánea, a veces provoca ese distanciamiento del que hablaba Brecht. Y ese distanciamiento tiene como intención primera que el espectador tome partido ante lo que está presenciando, pero sin ser adoctrinado. Como dramaturgo, me interesa que el espectador tome partido.

P.- ¿Esta obra significa la resurrección de tu compañía teatral en cierta medida? ¿A qué se debe esta resurrección?

R.- No exactamente. Hablar de resurrección implica hablar de muerte. Y Almazara no había muerto. Si es cierto que el fallecimiento del director del grupo, Isidoro Albarreal, provocó un parón en una compañía que llevaba 34 años de trabajo ininterrumpidos, casi a montaje por temporada. Isidoro era una persona muy especial, que contaminaba con su entusiasmo a todo el que se rozara con él. Y la conmoción tras su pérdida fue enorme. Por eso mismo, Pepe Mármol, actor de Almazara desde los principios de la aventura, comprendió que la mejor forma de mantener viva la antorcha que Isidoro había encendido era seguir trabajando. Nos lo propuso a una serie de personas que habíamos formado parte del grupo en diferentes etapas. Se incorporaron algunas personas nuevas.  Y aquí estamos. La ciénaga es el primer proyecto de una nueva etapa. Pero no es una resurrección porque no puede haber resurrección donde no ha habido muerte.

P.-La puerta en escena de La ciénaga parece más alegórica que realista. ¿Qué has pretendido?

R.- Es cierto que en La ciénaga los símbolos son importantes. Convertir la realidad en símbolo nos permite acercarnos a ella con la distancia suficiente. La actualidad pasa desapercibida ante nosotros porque se pasea delante de nuestras narices cuando nos disponemos a dar buena cuenta de un plato de lentejas o a echar una siesta desde la rivera confortable de nuestro sofá. La actualidad es invisible porque es contemporánea. En cambio el símbolo es atemporal. Nos puede sobrecoger. Y existe en sí mismo, siendo una de sus características fundamentales su irreductibilidad.  No hay pantalla que lo mediatice. Dice Bauman que cuando encendemos el móvil apagamos el mundo.  El símbolo nos permite encender el mundo y apagar el móvil, por eso he intentado acudir a él para dar visibilidad al drama de las personas que buscan refugio. Aunque bien es cierto que será el director de la obra, Alonso Amaya, el que decida la carga simbólica de la puesta en escena.

P.- En momentos de guerras generalizadas, como el actual, ¿puede servir el arte para algo?

R.- Considero que el arte  sirve para generar empatía. Y la capacidad de generar empatía es quizás la que más nos acerca al concepto de alteridad. Ponernos en lugar de otros nos puede hacer sentir las heridas del otro, pero siendo nosotros mismos. La empatía no genera trascendencia, desgraciadamente. A través del teatro somos capaces de comprender el dolor de los otros,  que no es poco, pero no  somos capaces de ser otros. La acción dramática nos puede acercar  el dolor y generar a través de él  acción ciudadana. Y la acción ciudadana es la que debe posicionarse contra las guerras. El artista es un ciudadano más que debe gritar en contra de las guerras. Pero un artista puede comprometerse en la misma medida que lo puede hacer un albañil, una jornalera, un médico o una maestra. Sin público no hay teatro. Pero contra las guerras sobra el público y faltan los actores. 

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